Colombia es en estos momentos uno de los países donde más gente muere asesinada cada año. Es el país con más alto índice de secuestros en el mundo y todo esto dentro de la democracia más antigua de América Latina. Si bien la Constitución nos define como un estado social de derecho, es decir, donde prima una ley orientada al bienestar de la sociedad, el dominio real de la ley es muy limitado. La ley existente no es más que un compendio de códigos, de normas, que pretenden regular todos los aspectos de la vida ciudadana pero, que en la práctica son ignorados, tanto por su cantidad, imposible de digerir para un mortal normal, como por nuestra indisciplina cultural que nos lleva a despreciar la norma simplemente porque esta existe.
Somos un estado social de derecho en el papel. Somos una democracia en el papel. Nos consideramos la democracia más antigua de América Latina porque hemos estado yendo a las urnas a escoger a nuestros presidentes por más de un siglo. Sin embargo nos falta mucho para ser una democracia real. En una democracia real las minorías y quienes disienten de la mayoría no temen por sus vidas. En una democracia real no hay opresión de las mayorías a las minorías... y mucho menos hay opresión de una minoría pudiente contra una mayoría silenciosa.
Tenemos un país gobernado y legislado por una clase política, que usa la democracia y las leyes para obtener beneficios personales. Nuestros dirigentes son personajes que son electos por el pueblo o nombrados por los elegidos; a cambio de ser elegidos realizan una serie de promesas tales como obras e inversión, empleo, puestos burocráticos... o, simplemente, plata. La democracia es un juego en el cual los políticos buscan la forma de ser elegidos y de lograr que sus aliados sean elegidos a cambio de favores personales. Y en todo este juego, el pueblo no es más que el campo de juego.