La cultura de la desesperanza y la cultura de la resistencia.

Al finalizar el siglo veinte y acercarse el tercer milenio de la era cristiana vivimos en un mundo donde la información poco a poco se convierte en uno de los mayores bienes siendo, al mismo tiempo, un bien al alcance de quien lo quiera, siempre y cuando tenga los recursos suficientes para acceder a él.  Contrastando con este hecho, la desinformación, la maquillación de la verdad y la falta de profundización que sobre ciertos temas tratan los medios masivos de información, hacen que para el grueso del público ese bien esté desvirtuado.  Así como en el manejo de la información, muchos aspectos del mundo moderno tienden a globalizarse mientras otros, aquellos que mas directamente afectan la vida diaria de la mayor parte de la población, se parcializan.  La economía actual es cada vez más global pero la concentración de los bienes se mantiene si no es que aumenta.  En todo esto vemos un renacer de las religiones místicas, las teorías naturistas, las filosofías místico-religiosas que se presentan como válvulas de escape ante un mundo donde el rechazo a las verdades tradicionales excluyen voluntariamente a quienes se rehusan a ser parte del juego global para convertirse en la otra cara del juego global.  Da la impresión que es más fácil desentenderse del mundo en que vivimos y detenernos a usar aquello que el mundo nos ofrece si tenemos la oportunidad de aprovecharlo sin discutir más allá el sistema que nos lo permite.

Me enfoco claramente a lo que es mi carrera.  Gran parte del apoyo a la globalización de la economía y de la información se debe a los avances en las comunicaciones y el manejo, almacenamiento y análisis de la información digitalizada.  Lo que la electrónica ha aportado en este aspecto y está en capacidad de seguir aportando es enorme y más acompañado de unas bases matemáticas fuertes y una buena teoría de sistemas.  A su vez, un estudiante de ingeniería electrónica en un país subdesarrollado como Colombia tiene, gracias a estos avances, un acceso inmediato a las tecnologías que se siguen desarrollando en las áreas de interés que le competen.  La información está disponible y lo que se publica en cualquier lugar del planeta está disponible, muchas veces sin costo adicional, en minutos en cualquier otro lugar del planeta.  Existe un gran canal de comunicaciones que en la práctica se ha convertido en un foro abierto donde no hay intervención estatal, donde somos capaces de expresar libremente nuestra opinión y de escuchar la de los demás y para tener acceso a él sólo se requiere de un computador, un modem y un proveedor de servicios de Internet que en mi caso particular es la Universidad.  Por el otro lado de la moneda, no todo el mundo tiene acceso a un computador y la mayor parte de los proveedores de servicios son empresas comerciales, que cobran su uso, o universidades, que como sabemos del caso colombiano, cubren apenas una porción muy pequeña de la población.  Y aunque tengamos la posibilidad de acceder a tan maravillosa invención, lo más probable es que sólo la utilicemos para mirar catálogos de compras para cargar a nuestras tarjetas de crédito cuanta mercancía esté disponible… si acaso con un ligeramente mejor criterio que por medio de revistas de ventas por correo o los comerciales de “Llame ahora” que inundan nuestra pantallas de televisión, sobre todo de los suscriptores de cable y antenas parabólicas.

Es así como en medio de grandes avances, disponibles para unos pocos privilegiados, la economía globalizada y el universo de la información se limitan para la mayoría a una economía de subsistencia y a los datos que los noticieros filtran o el lider de la secta acomoda.  Y es aquí donde nuestro discurso empieza a hablar de exclusión.  Gran parte de la población está excluida de los avances de la modernidad pero, sobre todo, de ser artífices activos del desarrollo.  Incluso aquellos que poseemos el privilegio de estar cerca a los avances de la modernidad, somos por lo general simples espectadores, que no nos sorprende adquirir en forma gratuita millones de palabras en software, guardarlos en un disco magnético y salir a darle unos cien pesos de limosna al pordiosero que pasa al lado nuestro.  Es un gran contraste que evidenciamos a diario sin reparar en él y sin cuestionarnos si somos parte del juego.  Creemos entonces que todo anda bien porque tecnológicamente, en un país como Colombia, el rezago se hace cada vez más pequeño en lo que a comunicaciones e informática se refiere y relegamos las estadísticas de violencia, desempleo, pobreza y demás a simples datos más que ya ni nos conmueven.

Tal vez haya más desesperanza en los niveles en los que el estudiante promedio javeriano se mueve que la que se pueda presentar en los niveles menos favorecidos de la sociedad.  Al fin y al cabo aquel que es excluido de la sociedad suele ser consiente de ello y la capacidad de resistencia que hay en cada ser humano le impide sucumbir.  Tal vez nunca pueda salir de su economía de subsistencia, de una vida de supervivencia pero, en la medida que no entregue su vida a vicios como la droga, tendrá siempre una esperanza en mente.  Por el contrario, muchos de los que estamos mejor vivimos engañados creyendo que todo está bien.  La esperanza se pierde en una vida sin mayor trascendencia, donde la máxima preocupación es que el chofer del ejecutivo se cobró 450 pesos en lugar de los 440 que le corresponden.  Pero esta desesperanza es a nivel cultural, a nivel de una sociedad porque, en mi experiencia personal me doy cuenta que cada individuo tiene sus pequeñas y grandes esperanzas para si mismo y aún cuando un problema grave lo aqueja la capacidad de sonreír no se pierde.

Carlos Eugenio Thompson Pinzón

Ingeniería Electrónica

Ciencias Religiosas III — Moral Social