Ensayo Final
Carlos Eugenio Thompson Pinzón
1820-5881
Santafé de Bogotá
Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de Ingeniería
Departamento de Electrónica
© 1996
Ensayo final
Carlos Eugenio Thompson Pinzón
código: 1820–5881
Materia: Moral Social
Instructor: Jorge Ramírez
Tema: Ensayo final
Santafé de Bogotá
Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de Ingeniería
Departamento de Electrónica
© 1996
A finales de los años 80 y principios de los 90 la moda de los gobiernos de América Latina fue optar por un modelo económico neoliberal como respuesta a una crisis económica que se venía presentando y, así mismo, concordando con las exigencias de organizaciones económicas como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Este neoliberalismo, que se vio como solución, no fue sin embargo una idea nueva y en mayor o menor grado se había venido usando en los distintos países tanto industrializados como latinoamericanos con Chile a la cabeza como un modelo económicamente exitoso en el hemisferio aunque socialmente dejara mucho que desear. No podemos sin embargo decir, por esto, que toda la crisis social de América Latina es debida a un sistema económico neoliberal; en gran medida porque la gran apertura de mercados surgió hace pocos años cuando la crisis social ya existía y fue precisamente el libre mercado, con sus esperanzas de crecimiento económico, la solución que se consideró para tal crisis. Los resultados de la panacea del neoliberalismo han sido diversos a nivel económico pero desastrosos a nivel social, generalizando el caso latinoamericano.
Pero si el sistema neoliberal no fue la causa de tal crisis social, cabe preguntarse cuál fue. Particularizando el caso colombiano vemos las manifestaciones de la crisis en varios hechos tales como la generalización de la violencia, la falta de espacios de participación social, el individualismo de las ciudades, los cinturones de miseria, el abandono del campo, la crisis ético-moral, el narcotráfico con sus fenómenos de mafias, el poco aprecio a los derechos de los demás y muchas más manifestaciones. Para seguir el método de la teología de la liberación nos adentramos a una mediación socio-analítica donde más que descubrir cuales son los problemas, analizamos a profundidad sus causas y procesos históricos.
Las diferencias sociales siempre han existido y nos son un fenómeno de nuestra era. Durante la época colonial gran parte de la diferenciación social era marcada por la raza y el origen, aunque estos elementos no fueran en gran medida diferenciadores económicos. Había también diferencias entre los grandes representante de la corona española y los españoles que llegaban al campo a arañar su sustento de la tierra; entre el criollo acomodado de la ciudad o dueño de una hacienda y el criollo campesino; o entre el indígena agricultor y el indígena en una mita. Incluso entre los negros no era lo mismo e habitante de un palenque, el servicio doméstico en una casa de ciudad o el esclavo de una plantación de caña de azúcar. A raíz de la emancipación de los países de América Latina se presentaron procesos de eliminación de estas diferencias raciales que generalmente culminaron con la intención. El levantamiento independentista fue en Colombia, como en la mayoría de los países del área un levantamiento del blanco criollo contra el blanco nacido en la metrópoli. Varios negros lucharon en las tropas libertadoras llegando algunos a ser altos oficiales, pero la esclavitud continuó. Más adelante se aboliría la esclavitud de forma que el esclavo doméstico pasaría a sirviente doméstico y el esclavo de las plantaciones a peón de las mismas. Las diferencias raciales en sí se iban cambiando poco a poco por diferencias socio-económicas al punto que en la actualidad en Colombia nadie distingue a un campesino blanco de uno mestizo y la única diferencia entre una aldea negra en Chocó con una aldea india en la misma selva es el color de la piel de sus habitantes. Esto no significa que las diferencias raciales hayan desaparecido como factor excluyente sino que estas se han vuelto más laxas a medida que las diferencias marcadas por la forma de vida y el poder económico se han vuelto cada vez más determinantes. Durante el siglo pasado, una clase social que tomó importancia por su beligerancia fue la clase artesanal quien se opuso al comercio que la naciente nación colombiana empezaba a tener con Europa y los Estados Unidos. Para el rico hacendado o para el aristócrata de ciudad, el artesano era un hombre socialmente inferior, por lo que las luchas que los artesanos libraban buscaban en gran medida una revindicación social. Y surgen así las luchas de clases paralelas a las luchas políticas mucho más generalizadas que las primeras. El siglo XIX se caracterizó en Colombia por una sucesión de guerras civiles iniciadas desde el mismo momento en que una revuelta de criollos se declaró independiente de la corona española. Cada guerra movilizaba y desplazaba gente y los procesos de recuperación tras cada guerra permitía que los mejor acomodados del bando ganador pudieran adueñarse de los bienes arrebatados o abandonados por los partidarios del otro bando con lo que poco a poco la desigualdad económica entre campesinos se iba ahondando, así como la dinámica del mercado, cuando la estabilidad política no era muy fuerte, permitía una gran acumulación de riquezas para el que lograba sacar provecho de la situación a costa del detrimento de la mayoría.
Sin mayores guerras civiles generalizadas, Colombia permanece en una relativa paz de principios a mediados de este siglo, pero la dinámica del rico que quiere acumular riquezas sobre los menos favorecidos se mantiene y se agudiza y vemos en historias como Siervo sin Tierra de Caballero Calderón cómo el campesino pobre se queja de su pobreza y la sufre pero su mayor preocupación es el color de su partido por lo que para Siervo como liberal es más peligroso un campesino conservador que el hacendado liberal para el cual trabaja en un especie de servilismo. Y se desata el perido conocido en la historia colombiana como La Violencia, con una guerra civil generalizada. La motivación principal fue la lucha partidista pero a la subida de Gustavo Rojas al poder y la desmovilización de las guerrillas liberales, los combatientes más radicales vieron ahí una traición de la clase dirigente colombiana, fueran liberales o conservadores, convirtiendose en uno de los focos de las guerrillas comunistas que a partir de entonces conocería el país.
Esta lucha guerrillera responde así a los problemas sociales del campo colombiano al tiempo que el país empieza a pasar rápidamente de ser un país rural a un país urbano. Los problemas de violencia en el campo con sus respectivos desplazamientos de gente hacen mirar a muchos campesinos a la ciudad como una alternativa presentando grandes migraciones que engrosan los cinturones de miseria de las ciudades. Y en este estado de las cosas surge el fenómeno del narcotráfico que por su carácter ilegal y por el dinero que mueve se convierte en un gran factor de desequilibrio y corrupción. Surgen, alimentados por estos dineros, los movimientos paramilitares para atacar a la guerrilla donde la guerrilla no favorece a los intereses de estos nuevos ricos, aunque sea la misma guerrilla la que protege las plantaciones de coca y la distribución de la misma. Y surge aquí una guerra de todos contra todos, disparada sobre todo en los años ochenta con la lucha del gobierno contra el narcotráfico. Y es así como el ejercito pelea contra la guerrilla, la guerrilla contra el ejercito, los paramilitares contra la guerrilla, los paramilitares contra la policía, la guerrilla contra la policía, la guerrilla contra los narcotraficantes, los paramilitares contra los narcotraficantes, los paramilitares contra la Unión Patriótica, las autodefensas contra la guerrilla, las autodefensas contra el ejercito, las autodefensas contra los militares, las FARC contra Esperanza, Paz y Libertad y nos encontramos entonces que la mayor parte de las victimas de toda esta violencia es el pueblo raso, el que queda atrapado entre dos fuegos y aumentan así los desplazamientos a las ciudades, la acumulación en los cinturones de miseria y el problema social en las ciudades.
Una ciudad como Bogotá entró en un proceso de modernización muy rápido generando una ciudad sin identidad. Los grandes desplazamientos humanos se han acumulado en una gran parte de los casos en cinturones de miseria, en barrios sin mayores oportunidades de progreso personal y aquí falla el neoliberalismo en sus bases. Surgen así grandes masas de pobres de ciudad, de personas que tienen que buscar su sustento en trabajos explotados y mal remunerados, en el comercio informal o en la delincuencia, si no en la mendicidad. Los pobres se convierten en una masa temida por los menos pobres o por los ricos no porque sean caldo de cultivo de revoluciones contra el sistema sino por el peligro real de la criminalidad de muchos de ellos y el gran problema detrás de todo esto es el tejido social deshecho por la violencia campesina que alimenta la miseria de las ciudades y por la falta de una identidad de cada individuo como ciudadano.
Es incorrecto decir que aquí todo el mundo es enemigo de todo el mundo y la solidaridad no se ha perdido del todo, pero los lazos de solidaridad son muy endebles y en algunos sectores de la sociedad casi nulos. El sistema político no tiene el peso suficiente para ser un punto común de aglutinamiento y en gran parte por el vacío de un estado que permitió tanta violencia y que en la actualidad se encuentra más desprestigiado que nunca. Una nueva constitución nos recordó todos los derechos que gozamos pero no nos los garantizó y la corrupción que siempre ha existido y siempre se ha sospechado ha llegado a tocar, a los ojos de cualquier observador medianamente interesado, las puertas del mismo gobierno nacional.
Y ante tantos problemas cabe preguntarse entonces que podemos hacer. Antes de aventurarnos a tomar cualquier acción debemos sopesar este análisis y tener muy claro cuales son los principios que han de guiar nuestras acciones. Llegamos aquí a la mediación hermenéutica de las que nos habla el método de la teología de la liberación y como católicos confesos que somos la mayoría de los colombianos, y como cristianos en general, la gran guía para seguir es Jesús: el evangelio y el cristianismo. Cuando enfrentamos lecturas que nos muestran visiones del cristianismo radicales sabemos que estamos lejos de considerar a ese como el cristianismo que estamos dispuestos a seguir… aunque converja con los ideales de democracia donde la caridad es un antivalor por implicar un estado de inferioridad del otro. No estamos dispuestos a seguir ese ideal de cristianismo porque estamos bien como estamos pero si hay cosas que debemos descubrir ahí y es que en últimas el cristianismo no nos dice que renunciemos a todos los bienes, como una lectura rápida nos lo puede sugerir, sino que no debemos poner a estos bienes por encima de nuestros hermanos sino a su servicio. Si hay una opción clara que en base a las escrituras nos convida a tomar y es el ponernos al servicio de los demás así como estamos al servicio de nosotros mismos. Es implícito que no nos vamos a sacrificar por el otro: amarás a tu prójimo como a ti mismo dice el mandamiento y no amarás a tu prójimo por encima de ti, pero tampoco, y mucho menos, amarlo menos que lo que uno se ama a si mismo. El evangelio nos convida a una entrega de servicio a los demás pero no a servilismo y es duro porque en el mundo en que vivimos, si alguien está a nuestro servicio lo consideramos inferior a nosotros mismos e igualmente creemos que servir es rebajarnos en lugar de engrandecernos y engrandecer al otro junto con uno mismo. Es diferente la forma como debemos leer el evangelio cuando estamos en una posición privilegiada de la sociedad a cuando somos parte de los oprimidos pero debemos recordar, en cualquiera de los casos, que el objetivo último debe ser el mismo: una sociedad igualitaria donde la democracia sea una realidad, donde todos y cada uno de nosotros tenga oportunidades dignas de desarrollo personal sin detrimento a la solidaridad. Esa es nuestra lucha y en esta lucha, nuestro papel como los más favorecidos es renunciar a estos privilegios que la sociedad desigual en que vivimos nos ha otorgado, y por el contrario poner nuestras vidas al servicio y al apoyo de la lucha por su propia reivindicación a los menos favorecidos.
Y pasamos así rápidamente a la mediación práctica de nuestro desarrollo dialéctico. Podemos acordarnos aquí del himno de nuestra universidad: En marcha javeriano / servir es siempre renacer. Estamos llamados al servicio, desde nuestras posiciones de privilegio si es preciso. Ese es nuestro compromiso.