Abril

Siempre era bastante lo asustado que estaba. Bobada, pensaba, pero no podía evitarlo. Tampoco era necesario que lo hiciera. Sabía perfectamente que su miedo no era aún crónico y fácilmente podría seguir fingiendo la seguridad que los demás estaban acostumbrados a verle. Aunque a decir verdad, sabía perfectamente que no importaba en lo más mínimo el grado de seguridad que tuviera, no mientras estuviera consciente de lo que estaba haciendo y esto era algo que a pesar del miedo que sentía, lo estaba. Trataba de no pensar en nada más que en lo que estaba a punto de pasar, aún así la situación de miedo, o de nerviosismo si es así más correcto llamarla, le traía inevitablemente a la cabeza ciertas imágenes, ciertos recuerdos, o más propiamente es esbozo ya transfigurado de hechos anteriores en los que igualmente se había sentido con ese sensible pulso de las arterias que recorren el cuello. Siempre, en lo que podía recordar, estaban en el fondo unas personas a las que temía defraudar. Promesas hechas, tal vez como broma, tal vez como exceso de confianza, que después descubría difíciles de cumplir. Tal vez no era mucho lo que se sentía desilusionado por el mismo por no alcanzar siempre las metas propuestas, era más bien el temor de perder su imagen ante los demás, como si tratara de convencerse de que tenía imagen ante los demás. No, no era tampoco mucha la autoestima de si mismo. Y como el mismo había analizado, el trataba de verse a si mismo en los ojos de los demás, como diciendo no merezco estimarme por que no me estiman. E igualmente podía ser realmente cierto que el se estimaba realmente, siempre y cuando esto no estuviera en relación directa con la imagen que podía despertar en los demás, una imagen que por tratar de defender solía hundir aún más, según su modo de ver. Sin duda alguien que no me conozca realmente puede suponer que soy un chico seguro... tal vez demasiado seguro y por lo mismo incluso pedante. Si sólo comprendieran que es una máscara, si sólo me atreviera a quitarme la máscara y mostrar el miedo que realmente siento ante los demás. Pero aún cuando digo, es que soy un cobarde, lo digo con tal seguridad, que más que reconocimiento suena como una chanza, creo. Siempre su gran interrogante había sido que piensan los demás sobre él, pero siempre evitaba preguntarlo. Con los demás nunca se refería a cualquier persona fuera de sí mismo, los demás indicaban ciertas personas muy especiales, sus compañeros, sus amigos, las chicas que le interesaban. Y siempre estaba el temor de mostrarse imperfecto. Ridículo, podría racionalmente pensar, evitar mostrar un defecto, tal vez ya evidente como lo es mi egocentrismo, cuando quiero precisamente saber lo que los demás piensan de mí. Pero siempre suele recordar lo que le decían por lo general las pocas veces que se había atrevido a preguntar. A decir verdad, siempre esperaba ciertas respuestas, y se sentía desilusionado de oír otras en su lugar, pero, sobre todo, algo que odiaba en esos momentos es que se ponían las cualidades por encima de los defectos y eso le hacía pensar, a veces, en la hipocresía de los demás. Claro está que también él, ante una pregunta similar sobre alguna persona, trataría de decir primero las cualidades que su bajo nivel de observación sobre los demás le permitía ver, antes de los defectos que tampoco encontraba. Pero casi siempre que le mencionaban un defecto, lo tomaban totalmente por sorpresa, y lo inmiscuía en profundas deliberaciones internas que no lo conducían a ninguna parte.

Ahora estaba asustado. Sabía, o suponía, lo que se esperaba de él. Y no era algo fácil de cumplir. Hay ciertos principios, se decía a veces, que tengo y que teóricamente son muy... buenos, moralmente ideales, supongo, pero que yo odio, pensaba. Gran parte venía, sin duda, de su educación religiosa y de las lineas morales que habían regido su educación, y aunque no estaba dispuesto, tal vez por esto mismo, a aceptar todo lo que le decían y por esto mismo se consideraba una especie de creyente ateo, si creía en lo suficiente para tener unos principios que sentía que lo ataban. Un punto muy específicamente relacionado con el papel que se esperaba en estos momentos de él: el sexo. El sexo no es malo de por sí, pero hacer el amor debería tener ese mismo significado que la palabra amor tiene. No había nada malo en las relaciones prematrimoniales, porque de por sí no creía en instituciones como el matrimonio, que él relacionaba con un contrato de tipo civil o religioso canónico, pero nada relacionado con la moral pura. Por este conjunto de elementos, estaba mal lo que se esperaba de él, pero no por que un cura lo sentenciara así, sino por que él no se sentía realmente a gusto con un puta como la que se encontraba al frente. Siempre había pensado que primero debería sentir confianza con la mujer con la que rompiera su virginidad, confianza que entre otras cosas le ayudarían, influyéndole seguridad, en los casos que el temía podrían sucederle en esa primera vez: impotencia o eyaculación precoz. Sin duda alguna de esas dos, sería un desastre en su propia autoestima que como ya se había dicho, dependía de su imagen ante los demás. Aunque a decir verdad, la chica que en estos momentos se hallaba ante él, no era ninguna prostituta barata, pagada por algún amigo que quisiera hacerle el favor. Era una amiga, en el sentido más amplio con que él podría definir la palabra amistad. No la amistad real que él estaba seguro de desconocer, sino la amistad amplia que incluye cualquier conocido con que tenga algún interés en común, como lo puede ser un compañero en la universidad. Pero faltaba la confianza. Todavía. Mucho le hacía creer que estaba, por eso mismo, a punto de fallar, lo que en otras palabras significaba desilusionarla.

Ella era sin duda una de sus compañeras en la universidad que más le llamaban físicamente la atención, y coincidía ser una de las mujeres con las que más en confianza había estado en los últimos años. Esto último no quería decir nada, desde luego, sólo que tal vez cruzó más palabras con ella de lo que acostumbraba a cruzar con cualquier mujer, descartando profesoras, trabajadoras sociales y familiares, cuyo contacto oral se hacía necesario por razones profesionales. Tampoco nadie le exigía, ni ella misma, que en ese momento se desvistieran, se acostaran el uno sobre el otro y en movimientos rítmicos penetrara su órgano sexual dentro del de ella o que al menos lo intentaran. Pero era bastante claro que se esperaba, de ella, de otros amigos y de él mismo, que si no era esta noche, ésta sería la preparación real para que se realizara en alguna otra ocasión.