Andrea en el casillero

Por lo menos el día estaba gris lo que hacía más llevadero el encierro...  bueno, era una de las formas como Carlos pensaba mientras el vacío intelectual se cerraba sobre su trabajo.  Varias veces ya antes se había escuchado decirle a amigos y conocidos lo deprimentes que resultaban los fines de semana encerrado mientras observaba líneas verdes que no correspondían en nada a lo planeado mientras había una vida allá afuera que lo invitaba a hacer muchas otras cosas...  a vivir, principalmente.  Pero por otro lado Carlos era consiente que su decisión estaba tomada y sin duda era por algo que en el fondo lo llenaba.

Carlos se estaba tomando un respiro buscando desconcentrarse.  La idea era poner la mente en blanco para regresar y mirar el problema desde otra óptica al regreso.  El efecto era generalmente más deprimente y esta vez no era la excepción; pero era una forma de ser y de moverse por el mundo con la que ya se había acostumbrado a coexistir.  Esa era de esas situaciones en las que pensaba en Andrea, en como en esos momentos hubiera deseado escuchar su voz, su "¿Cómo 'tash?" con el que solía saludar, su "vale? vale?" con el que lo comprometía a llamar más tarde por que en esos momentos su mamá necesitaba el teléfono.  Estoy enfermo pensaba Carlos para sus adentros mientras se preguntaba cómo era posible que precisamente eso que le causaba dolor era lo que más extrañaba en aquellos momentos.  Bueno, además de no tener un teléfono a la mano, Andrea debería estar en la finca de los papás en San Francisco, como solía suceder casi todos los fines de semana.  Por lo menos era cómodo pensar así.

Esos eran precisamente los instantes que Carlos odiaba.  Era cuando caía en cuenta de la situación triste que no le permitía disfrutar la vida; cuando los vacíos en su vida lo llevaban a reconsiderar su situación.  Pero era la decisión que había tomado y en gran parte porque estaba seguro de ella.  Había momentos como estos en los que la universidad y su carrera apestaban, pero aún en estos momentos de crisis era capaz de reconocer que estos instantes, aunque dolorosos, no eran comparables con las satisfacciones que generaba el estar precisamente ahí.  Sus mejores amigos eran precisamente los amigos de la universidad y en últimas si se encontraba trabajando un domingo lluvioso en un circuito era más por pésima distribución del tiempo mientras todos los huecos entre clases durante la semana la había pasado disfrutando del ambiente de la playita.

En últimas lo que Carlos más odiaba en esos momentos era que reconocía todo lo bueno de su vida al lado de los vacíos que la misma tenía.  No era posible poder deprimirse en forma mientras habían cosas que lo satisfacían, que lo hacían reír o que le robaban la atención que necesitaba para estar deprimido.  Y eso precisamente era lo que Carlos odiaba: no poder deprimirse al punto de romper en el llanto necesario para desahogarse.

—¡Listo, creo que es un transistor que se quemó!— le gritaba Juan Pablo, al creer descubrir que le pasaba a un diseño que había funcionado bien en papel pero que durante todo un sábado y medio domingo se había resistido a funcionar en protoboard.  No era ese el único problema pero entre mediciones, cambio de elementos, recableado, galleteo con y sin criterio, refunfuños, bromas y música de Soda Stereo, Carlos siguió trabajando con Andrés y Juan Pablo en el bendito diseño ese que sólo hora y media después, al ser correctamente aterrizado, empezó milagrosamente a comportarse según las esperanzas y expectativas... excepto en factor de rechazo a modo común.

Fue hora y media en las que Andrea y la crisis desaparecieron de la mente de Carlos y tras las cuales, camino a casa ya, sólo le preocupaba lo que el casillero le pudiera hacer a su circuito.  Un tal Efecto Locker con el que lo venían asustando los compañeros que ya habían pasado por Diseño I.