Por la tranquilidad, e incluso el romanticismo, de la escena quedaba difícil adivinar lo que pasaba en la mente de esos dos muchachos quienes, frente a la vista de la cuidad se miraban y besaban el uno al otro. La noche estaba oscura a pesar de la cercanía del solsticio de verano pero esto daba más vida a las luces de Estocolmo que servían de marco. Y todo estaba tranquilo; la brisa que soplaba hacia el mar, la ciudad dormida, los dos jóvenes contra la baranda de esta especie de mirador. Difícil era percatarse del lujoso Be-eme negro que cerca a ellos estaba parqueado y a donde la pareja se dirigió cuando el color del cielo comenzó a aclararse. No fue mucho el tiempo que estuvieron allí; un cuarto de hora por mucho, cuando las luces del auto se apagaron antes de terminar de detenerse. Ella se bajo primero pero al sentir que su lujosa blusa era incapaz de protegerla del frío bajo una larga gabardina de cuero negro similar a la que él se puso al bajarse. Se acercaron a la baranda desde donde se veía el norte de la ciudad, ella primero y él detrás. El pasó su mano tras la espalda de ella y trayéndola hacia sí le mostró algunos puntos interesantes de la capital. Unos pocos minutos después la vista de ambos se había ya apartado de las luces y del mar para encontrarse en los ojos del otro, no hablaron, sólo se miraron y se besaron. Era la primera vez que se besaban los dos y mucho les indicaba que podría ser la última... esa habría de ser la última noche que pasarían juntos antes de que ella se regresara a su país, al país de ambos, y el deseo que él siempre quiso llegó nunca a llevarse a cabo, siempre por el temor que él tuvo de perderla por correr. Mientras conducía hacia el hotel donde ella estaba hospedada, recordaba él el día cuando ella había llegado. Cuando ella salió de la zona de aduanas y él pudo verla tras varios años de no hacerlo. No le quedaba fácil concentrarse en el camino cuando en su vista se encontraban los movimientos de las manos de ella, sus ojos mirando al frente, o los recuerdos de ese beso pero aún así la aguja del velocímetro rara vez bajó de ochenta y esto sólo ante las luces rojas de un par de semáforos. Ella no pensaba, sólo parpadeaba cuando las luces de los semáforos o de los otros autos le molestaban la vista; una vista que estaba más al frente que la de su compañero. Aunque ya estaba perdiendo el vértigo a las vueltas a alta velocidad no deja de sorprenderse por una curva tomada a por encima de los cien kilómetros por hora y se pregunta como podía ser él capaz de conducir tan rápido, piensa preguntárselo pero calla. Sentía aún sobre sus labios el beso que no hacía cinco minutos, ¿diez minutos?, había recibido. No sabía si sería capaz de amarlo, no sabía si pensar en ello, no sabía si voltearlo a mirar en ese instante para descubrir un ser que por estar pendiente de la vía no pueda determinarla. Estaba nerviosa, tal vez. Sólo movía sus manos sobre sus piernas. Jugaba, tal vez, con el cinturón de seguridad, o con el esmalte que se desprende de las uñas... no debería estarse desprendiendo, pensó ella, pero con la presión que sentía sobre sí, los nervios, fue capaz de con las mismas uñas quitárselo. Intentaba no pensar en la maleta que aún no ha preparado, en el pasaje que señalaba ese día que comenzaba, como el del regreso. No sabía, no quería saber si quería regresar. Temía llegar en esos momentos al hotel. El también lo temía, pero no hubo una palabra entre ellos que les permitiera adivinar lo que el otro deseaba. No de ella, a quien no le hubiera quedado difícil saber lo que él deseaba, pero no pensaba, no sabía, una semana ya había pasado y sólo un beso hubo al final. Pero, tal vez, quería ella también irse... esa no era su ciudad, no estaban allí sus amigos, su familia, no estaba allí su vida y lo único que la hubiera podido motivar a quedarse era un muchacho, que acababa de quemar las llantas del auto al detenerse frente al hotel. Antes de bajarse lo miró. Lo invitó a pasar, a subir. No le gustó nada el subjuntivo con el que él conjuga el verbo querer en la respuesta. Lo miró tratando de pensar que podría decirle pero al no poder combinar las palabras salió enfurecida del auto, con la gabardina en la mano y tiró la puerta al cerrarla. La rabia es mutua e, igualmente, ninguno sabe contra que es. ¿Quién me manda a ser tan marica? pensó él, acompañándolo de un shit. Tomó las llaves para encender el auto pero algo lo detiene. Saca la llave del encendido y en medio minuto estuvo fuera del carro corriendo tras ella. La alcanzó en el ascensor y tomó sus hombros entre sus manos tratando de mirarla a los ojos y quiso decirle que la amaba. O quiso besarla, tal vez. O quiso salir corriendo de ahí arrepentido de todo lo que pasaba por su mente, de ese beso, o de cuando perdió el miedo a tocarla. Pero no la soltó, no dijo nada tampoco, ni ella dijo algo. El intentó abrazarla pero ella no se dejó, se separó, justo antes de que las puertas se abrieran. Salió primero ella y él la siguió. Ella le dio a entender que lo mejor era que se fuera pero no opuso ninguna resistencia a que el pasara a la habitación. Sólo decía por favor. Ella quería en esos momentos dormir, un pequeño sueño antes del viaje, recordaba que al principio fue ella la que lo invitó a subir pero eran otras las cosas que tenía ya en mente. Pero a su vez no quería echarlo, se sentía incapaz de hacerlo y sus pedidos sonaban más como ruegos de los que no esperaba nada. Y nada ocurrió. El sólo sabía que no debía retirarse, aunque desconocía por qué. La miraba, trataba de controlar lo que pensaba, de no degradarla en sus pensamientos, de mirar a una persona y no a un cuerpo con el cual haría el amor; primero que todo porque no iría a hacer el amor con ella. Y no importaba que estuviera haciendo entonces ahí, sólo no podía retirarse. Cuando la saludó en el aeropuerto era algo similar lo que sentía; desear muchas cosas de ella pero no actuar en lo absoluto. Un simple hola bastó para el saludo. Luego él la ayudo con las maletas hasta el carro y sin ningún contacto físico llegaron al hotel donde ella se registró y pidió la habitación. No fue mucho lo que hablaron en el camino y lo poco que se mencionó fue de los sitios interesantes para conocer en la ciudad y sus alrededores. Cualquier amigo de él le hubiera preguntado sobre cómo se sentía, cómo iba en los estudios, que le parecía el país, los suecos y, en especial, las suecas. A cualquier amigo él hubiera preguntado por noticias frescas de allá, por sus estudios, por lo que esperara de las vacaciones. Pero ella no era cualquier amigo y de nada de eso se habló. No es que no hubiera el interés, sino que habían otros asuntos que captaban más el interés de ellos dos pero que ninguno se atrevía a tratar. Así se sentía él esa noche, o madrugada porque el sol ya estaba levantando. Ella decidió, tras algún tiempo, acostarse a dormir, aunque él siguiera ahí. Fue al baño donde se puso la piyama y tras apagar la luz y cerrar la persiana, se acuesta deseándole las buenas noches al otro. El sólo se recostó contra la pared mientras se ponía a pensar que era lo que estaba haciendo con todo eso y que era lo que buscaba. En lo que la poca luz que había en la habitación le dejaba ver ella dormía o así lo parecía. No, no dormía, ella también pensaba en que estaba ella haciendo ahí o por qué había le permitido a él quedarse. O más, pensaba en qué fue lo que la movió a tomarse unas vacaciones costosas a un país del cual no era mucho lo que había oído hablar antes y aceptar la hospitalidad de un tipo de quien no guardaba muy buenos recuerdos. Si bien es cierto que no tuvo que cubrir ninguno de los gastos, no podía considerarse todo esto como una invitación. La idea fue de ella, ella fue la que le escribió contándole sus planes. El, recordaba, le había dicho que no había problema, que él asumiría los gastos. Una compañera en la universidad había regresado de un viaje a Europa, sola y por su cuenta, y no dejaba de darse ínfulas por ello. No era la única que lo había hecho, ni envidia lo que sentía por ella, o tal vez algo. Sólo pensó que lo más que alguna vez había salido del país fue a Venezuela y no eran pocas las ganas que tenía de conocer verdaderas culturas diferentes. ¿Europa? ¿por qué no? Mucho había oído hablar de allí, su compañera le mostró varias fotos de ciudades y monumentos que podrían ser hasta interesantes. No era la primera vez que había deseado ir a Europa pero sí la primera en que pensó en serio en la posibilidad. Entre el dinero ahorrado en la beca que ganó ese semestre y alguna ayuda de sus padres, tíos y amigos podría reunir lo suficiente para los pasajes. Quedaba el problema entonces del alojamiento y la comida; ¿Lograría reunir lo suficiente? Posiblemente, pero era algo con lo que sabía que era mejor no contar. pensó en quién consultar sobre el asunto; ¿Su compañera? Hija de mafiosos, pensó, debía haber andado con una maleta llena de dólares. Pero había un muchacho, un antiguo compañero del colegio, de quien sabía que vivía en Europa, en un lejano y extraño país llamado Suecia o Suiza o algo así. Suecia, se aseguró primero. Un país del que era poco lo que había oído hablar, si acaso había oído que era algo así como una sociedad perfecta, uno de los más altos niveles de vida, algo bien metido en el norte, sonaba interesante, algo diferente, cuántas películas y documentales no había visto ya sobre Londres, París, Roma o los otros sitios que se acostumbraba visitar, además de las únicas dos personas conocidas que sabía que habían estado alguna vez en ese país se encontraba ese ex compañero y su hermana. Hubo varias razones que la motivaron a contactar con él y no con la hermana, una era que sabía donde encontrarlo mirando el remite de alguna carta que él le había mandado. La otra era que de él sabía que ya antes había viajado por Europa en condiciones similares a las que ella pensaba tener: sola y corta de dinero. Hubo una tercera razón que la hizo decidir, él mismo como persona, pero nunca lo pensó así, sólo como la posibilidad de estar segura sobre lo que pensaba de él, él de ella, la aventura de meterse en la boca del león buscando salir ilesa. Cuando él recibió la carta estaba sorprendido, varias veces lo soñó pero nunca creyó en serio en la posibilidad. Pero muchas cosas habían cambiado desde que la vio por última vez, desde que le escribió por última vez. Tal vez no era por medio de las mejores compañías pero ahora él tenía dinero y en grandes cantidades. Estaba en la capacidad no sólo de regalarle a ella las vacaciones sino casi todo lo que ella hubiera deseado. Vivía en un apartamento lujoso en Estocolmo, de los pocos que tenían celaduría, manejaba un BMW 735i último modelo, importado por él mismo de Alemania y con el que había reemplazado el Volvo 960 que aún conservaba. Conocía a varias personas con poder y dinero en Suecia, los dueños de la banca, de los diarios, los jefes de la socialdemocracia y de los moderados. Apoyaba varias obras de interés social. Pagaba sus impuestos los cuales ascendían a más del ochenta por ciento de sus ingresos y aún así le quedaba suficiente para él. No fue una carta lo que recibió de vuelta, sino un pasaje, ida y vuelta, con una nota que solo decía ven. No eran sus planes originales pero... era un pasaje a Europa y aceptó. Y lo disfrutó, fue una semana que pasó en Estocolmo y ahora pasaría unos días en París y Londres antes de regresar. Había conocido un muchacho que en nada se parecía a aquel que ella recordaba. ¿Duermes? preguntó ella. ¿Duermes tú? respondió él. Sí, pensó ella decir, quiero que vengas conmigo, pero calló. Estuvo dudando y pensó que era mejor pensar un poco más. No, no debería pensar en ello, su vida no estaba allá y por lo tanto no se quedaría. Pero ese muchacho estaba ya en su corazón de todas formas. El beso, recordaba; ella lo escuchaba y recostó su cabeza en su hombro. El calló y la miró. Sigue, le dijo pero al momento volteó a mirar y vio su cara tan cerca a la suya. Ella empezó el beso y lo sintió. No quería dejarlo. ¿Vienes conmigo?, se atrevió a preguntar. No puedo, él respondió, no ahora, pero si quieres, voy. ¿Cuando? El no supo que decir, quería estar con ella, quería regresar a su país, pero tal vez tenía miedo. El podía ir, tenía el tiempo y el dinero. Con seguridad podría conseguir nuevos amigos que representarían poder. Pero también sabía que le sería difícil volver a estar con los amigos de antes, su familia, su vida pasada. Difícil de encontrarse con la vida de ella y difícil de dejar la vida que tenía en Suecia. ¡La vida de ella! eso era lo que temía. El pensaba que ella podía amarlo, tal vez ya lo hacía, pero... ¿lo seguiría haciendo cuando regresara y encontrara sus amigos, algún novio que tuviera o cualquier cosa que le significara más que él? ¿A eso se refería? Voy, pensó, tomo el riesgo. ¿a qué riesgo se refería? el de perder todo lo que había conseguido en Suecia y no recibir nada a cambio. Ahora, dijo. Ahora era ella la que temía. No estaba segura de lo que pensaba. ¿Realmente quería que la acompañara? De pronto sólo quería que no terminara. De pronto él podría acompañarla a París, sería hermoso pero... ¿cómo se lo diría? No quería parecer como si se hubiese arrepentido. No estoy segura, dijo tras pensarlo un buen rato. El la miró, se paró y se le acercó. Tomó su cabeza con sus brazos y le dijo que no habría problema, que estaría con ella cuanto quisiera, en el país que quisiera y cuando fuera y que eso era una promesa que nunca rompería.