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Pocas veces tengo tiempo como ahora de ponerme a observar y admirarme con lo que hay a mi alrededor y de sentarme a escribir sobre ello, rara vez lo hago. Por que no empezar por describir en este momento el paisaje que observo por la ventana atrás de la pantalla del computador... una gaviota sosteniéndose en una corriente de aire... extraño que se encuentre a esta altura sin un motivo aparente pero ya van dos días que la veo revoloteando por ahí, no sé, supongo que será la misma. En fin; más allá pla de los reflejos del sol, las nubes y el cielo azul sobre los ventanales de la Torre B se ve como se confunden los azules del mar y del cielo en el horizonte. Más acá se observan las torres de otros edificios, bien vidrio, bien cemento o concreto o metal en vivos colores verdes, aguamarinas y azules con visos rojos, amarillos o blancos. No sé, es hasta en cierta forma una imagen como irreal por la forma como pega el sol sobre las paredes y tejados reflejándose hacia mí. Un poco hacia la izquierda se ven varios barcos que llegan y salen del puerto, reconozco entre otros un crucero que con seguridad irá a Aruba y continuará isla por isla hasta Miami, alguna vez hice ese viaje, con una amiga a quien tenía en plan de conquista... al llegar a Miami no dudé en dejarla, nunca he sido muy amigo de los vicios y ella probó ser de las que consideran que consumo libre de alcohol significa consumo obligatorio de alcohol y al fin y al cabo obtuve lo que de ella quería; no es que sea machista y menosprecie la mujer, aunque acepto que de machista algo tengo, pero no valía la pena comenzar con algo más serio y la pelada tampoco quedó mal... bueno, ahí seguimos de amigos. La verdad fue que de Miami tuve que salir urgente a París, alguien que exigía mi presencia inmediata y sea lo que sea el cliente tiene la razón, más cuando el negocio trata de no pocos millones de ecus y afecta las vidas de cerca de una docena de miles de trabajadores y sus familias. Es esto lo que en ocasiones no me gusta de la forma de vida que escogí para mí, he hecho tantas cosas para llevar una vida cómoda y construido las formas de romper esta comodidad. Basta pensar en este edificio, esta ciudad. Sólo he descrito, y muy por encima, el paisaje que se observa por la ventana que tengo al frente, que no decir si medio me volteo y miro la vista de postal que tengo en directo del parque central y los edificios aledaños, la catedral con sus torres doradas y su prismática nave, la estación central y su complejo de facetas, el hotel Royal, la torre Atlas junto al ayuntamiento, y al puro fondo la franja de mar que se logra observar tras las torres. O, por que no, lo que hay en esta misma habitación; podría vivir aquí si me lo propusiera, los recuerdos de lugares y personas que conservo en las paredes y las mesas dan calidez a esta a su vez moderna y acogedora oficina, los colores oscuros, negros, marrones y grises que contrastan con la claridad y los colores vivos del día y hacen sentir a la noche el calor que tiene, muebles cómodos que ya han servido de cama un par de ocasiones en que me dio una mamera ir a mi habitación tres pisos más arriba. Una vez porque disponía de una buena compañía aquí y por ciertas consideraciones éticas, morales, tontas o lo que sea, preferí no llevarla al ambiente que tenía arriba y cuando por fin le gané una revancha en ajedrez, ella se acostó en el sofá grande y yo hice cama con los dos pequeños. Tal vez muy pequeños así que al final ella me abrió campo en el de ella antes de que terminara con un problema en la espalda y por fin pude dormir tranquilo... hasta que ella al dar una vuelta me botó al suelo siete minutos antes de lo que tenía que despertarme. La otra vez fue al revés, no tenía precisamente la mejor compañía arriba y me quedé abajo. Esa vez sí disponía de todo el sofá para mí. Y en últimas arriba tampoco está mal, sólo que hay más elementos que lo asemejan a vivienda y menos a oficina, se usan colores más claros y tiene una vista hacia el sur lo que me muestra un mar y una ciudad diferentes. Pero en medio de este ambiente acogedor puedo estar en tres minutos en el sótano, recorrer unos veinte kilómetros por un túnel y en diez minutos estar a bordo de mi jet privado con destino a Túnez, Nueva York o Toquio. En un cuarto de hora desde aquí, comenzando a contar en cualquier momento, puedo estar en el aire viendo como se alejan las torres de mi ciudad y pensando como enfrentar un nuevo problema, una nueva situación, un nuevo ambiente que por lo general no será acogedor, no será tan seguro. Más o menos a esto es a lo que me refiero; puedo gozar de tantas comodidades, no sólo aquí sino también en otras partes; en París, en Londres, en Estocolmo, Nueva York, Miami y Bogotá y sin embargo son cosas que muchas veces no tengo tiempo de disfrutar. En parte por las mismas bases que tiene todo esto que he conseguido. Todo esto que levanté casi de la nada afectando bien o mal la vida de tantas personas. Fue algo que no comenzó suave o tranquilo, y que por más intentos que haga no puedo tranquilizar. Y no lo digo por mí, tengo unas comodidades que puedo disfrutar por una larga vida sin apenas mover un dedo, pero que en últimas serán comodidades que cada vez serán más reducidas y cada vez menos mías. Estoy a la cabeza de un imperio y podría hacer lo que muchos emperadores han hecho en la historia, disfrutar de los privilegios y dejar caer el imperio sin por ello haber perdido ellos mucho. Pero si pienso que fui yo el que construyó el imperio en base a una ambición y un sueño que tenía; a que fue esta forma de vida, ese juego con la vida, el que formaba mi sueño incluso, tal vez, más que el imperio en sí; pueden resultar estas comodidades superfluas o ser un freno, tal vez, a lo que deseo; pero no lo es. Escogí vivir así, vivo así, esto que puedo disfrutar es el premio a mi esfuerzo y también una parte del sueño, como puede serlo el tratar de enamorar a una amiga de Hungría, o hacer otra en Rumania, como puede ser meterme tres días a la selva y por un descuido terminar cinco días después frente a un campamento guerrillero tras haber andado perdido todo ese tiempo -- afortunadamente no eran muchos y lo que les faltaba en municiones les sobraba en provisiones --, como puede ser, incluso, permanecer cuatro días en una prisión en un pueblo de Dacota del Norte en los Estados Unidos, por una confusión de nombres, un descuido mío y las vacaciones de la juez, mientras por otro lado el FBI mantiene investigaciones abiertas en contra mía, de mis firmas y de mi grupo... y están abiertas porque no han logrado probar aún nada exceptuando que mientras más se demoren sin probar nada mejor les irá conmigo. Son en este momento las cinco y media de la tarde y no tardará mucho en anochecer, una gaviota sigue observándose frente a mi ventana cuando el viento le da un empujoncito hacia arriba y yo dispongo de algún tiempo antes de ir a arreglarme para una cita de negocios en un restaurante en el centro. Un tiempo que pienso aprovechar soñando con la parte de mi sueño que aún no ha logrado hacerse realidad: Ella.

No siendo más, pues adiós.