A medida que me acercaba a la superficie del planeta madre, observaba como el bello azul que iluminaba las noches de mi natal luna se opacaba en unos tonos grises y marrones. Habíamos estado orbitando cerca de cinco horas y se nos acababan de dar la orden de aterrizar. Dos horas más tarde tocaba nuestra nave la superficie de la tierra y la sensación de estar acá era indescriptible, como había una tenue luz que llenaba el ambiente. Según me dijeron, esto se debía a la atmósfera y que efectos parecidos se notaban en Marte, Venus e Io. Otra cosa que me deslumbró fue la gente, fuera de las estaciones y sin trajes especiales, aunque me advirtieron que por ahora no lo intentara hacer ya que el aire que se encuentra en el ambiente posee varias substancias a las que no estaba acostumbrado en la atmósfera artificial de la estación USA B12 Moon, donde nací y había vivido siempre. Me encontraba aproximadamente 33 grados y medio al norte del paralelo 0 o Ecuador y 112 grados al Oeste del meridiano de Greenwich, en un sitio llamado Phoenix, Arizona.
— Selenita, um... — dijo en tono despectivo el oficial de inmigración mientras observaba mi pasaporte — además latino. — añadió en el mismo tono.
— Soy ciudadano americano. — le dije — Voy para Bogotá.
— Tendrá que esperar dos horas para el próximo vuelo, mientras tanto pase a la sala de espera, señor Rodríguez.
Me habían dicho y había visto que los terrícolas se sentían superiores a nosotros, no solo los selenitas sino en general a los no nacidos en este planeta y que esto era más notorio entre los grupos anglosajones, los alemanes y los japoneses. Pero nunca lo había sentido en carne propia. Pasé a la sala de espera y tomé un folletín sobre los vuelos a Sudamérica. Menos mal se me ocurrió leerlo o no me habría enterado que tenía que ir a una ventanilla, mostrar mi pasaje y esperar que me dieran un pasabordo, y enseguida pasar a otra ventanilla donde me darían la "visa" para entrar a Colombia. Similar a cuando uno pasa de una estación americana a una japonesa o a una europea.
Pasaron las dos horas y me dijeron que pasara al "avión". Estos son unas naves que vuelan en la atmósfera y sólo tienen un par de motores que apuntan ambos hacia atrás y con unos grandes planos triangulares que son, me dijeron, para sostenerse en el aire, más o menos como esas figuras de papel doblado que planean cuando uno las tira. De pronto sentí una fuerte aceleración horizontal y el aparato comenzó a volar. Treinta minutos más tarde aterrizó en Eldorado, el "aeropuerto" de Bogotá. Bajé del avión y tras caminar por un largo corredor y bajar unas escaleras me encontré en una fila. Cinco minutos más o menos estuve ahí hasta que llegué ante una mesa donde me pidieron el pasaporte. Compararon mi identidad con mi huella digital y tomaron la tarjeta que me dieron en el avión para llenar. Cuando el dependiente llamó al siguiente me retire y saliendo por donde todos salían llegue a un sitio donde algunos esperaban ante una cinta llena de maletas y otros salían a la calle. No teniendo yo equipaje salí por donde salían los demás.
Mi primera impresión al salir fue el ruido, las personas gritando, los motores de los autos, un extraño olor, como el que se produce en esas zonas industriales en que hay varias maquinas basadas en la combustión de hidrocarburos, pero mucho más fuerte; tanto que caí al poco tiempo al piso casi desmayado. Un par de personas se me acercaron a ayudarme, una de ellas con una máscara antigases que me permitió respirar con mayor tranquilidad.