Svartisarna

No se ha hecho nada malo, hay que convencerse de ello si se quiere convencerlos.  La situación es delicada.  Sin duda habrán pruebas y muchas.  Bastará con el arma que se llevaba, disparada y con huellas y la bala menos la encontrarán en el cuerpo.  Pero el mundo es irreal y se sabe.  Ellos no lo saben; hay que convencerlos.


Abril floreció como siempre.  Un poco tarde talvez este año pero el aroma de las flores entre el verdor de los parques y los cantos de los pájaros borraban ya las huellas del invierno y traían a la memoria los recuerdos de amores pasados.  Silvia estaba lejos en esos días.  Su padre había caído gravemente enfermo y ella había ido a acompañar a su madre unas semanas en Skovde, su pueblo natal.  Samuel no se preocupaba.  La primavera despertaba en todo su colorido y no era dificil imaginar en iniciar una aventura ocacional... de por sí estaba seguro que a Silvia ni le importaría ni la perdería, más que novios habían sido amigos estos dos últimos años.  Por otro lado en un par de semanas le entregarían el apartamento, le habían dicho en la oficina de vivienda, y ya había empesado a planear el trasteo.  Los días anteriores los había pasado revisando papeles y recuerdos en sus retos libres.  Aunque era amplio, había que encontrar campo para la vida de adulto que empezaría a vivir y muchos de los objetos que fueron importantes en su niñez, sus tesoros, tenían que quedarse en la casa de su padre o botarse a la basura.  Era dificil decidirce por el paradero final de tantas cosas inutiles que llenaban su cuarto; ya el pequeño Goran había heredado algunos jugetes y revistas de cuentos y Sara se había apoderado de gran parte del ropero y varios de los afiches de cantantes de Pop, pero lo que más le dolía era el uso que la hermana tenía destinado para tan valiosos objetos.  El principal problema yacía en ciertos albunes, revistas deportivas y fotos que reflejaban una parte ya perdida de su adolecencia que el corazón se negaba a abandonar pero que así mismo no quería llevar a que estorbaran en su nueva residencia.  Objetos tan personales que jamas dejaría que Sara tocara y menos para regalarselo a sus amigas o a su novio, y que él no se decidía a botar a la basura aún cuando no hubiera campo para ello en el nuevo apartamento.  Pero abril volvía a florecer y por el momento solo se preocuparía en ver la actividad en el parque y alimentar las palomas hasta que el aburrimiento o la oscuridad lo hicieran levantarse.


Eran las cuatro y media de la tarde y estaba comenzando a anochecer.  La actividad empezaba a parecer tediosa y Kalb intenta un bostezo fallido antes de pedir que le traigan un café.  Revisó lo que tenía escrito, cambió el lapiz del lado de la boca, colocó las manos sobre el teclado y reinició la escritura.  Tenía que dejar el articulo listo para el día siguiente cuando Rumstrom pusiera en funcionamiento la imprenta donde por dos años habían estado publicando el semanario Nueva Voz donde defendían sus ideas y las promovían entre sus seguidores dentro y fuera del país.  Escribía sobre una familia turca que llevaba viviendo ya trece años en Alemania y mostraba como su cultura actual y sus costumbres tenían el mismo valor y representaban la misma amenaza que la de los iraníes que invadían actualmente el país.  Kalb sabía que no podía caer en argumentos poco cientificos o sin pruebas que hicieran parecer esta publicación de intenciones serias como cualquier folletín de propaganda neonazista que puede ser bien devorado por los seguidores de la doctrina pero facilmente rebatida por los enemigos del movimiento; pero en los dos largos años que llebaba el tiraje de la revista había demostrado todo el rigor cientifico que podía poner en cada artículo.  Descanza unos segundos para recibir el café y se toma su tiempo para saborearlo antes de reiniciar la labor.  Cuando pocos sorbos le faltaban para terminar ve que la pantalla del computador se enegrese y aparece un mensaje en ingles diciendo que estaba en la mira y ya no había paso atras.  A manera de firma aparecía el nombre de un grupo cuya mención ya era relacionado como tragedia: Svartisarna.


La primera vez que vio al hombre detras de todo fue pocos segundos antes de entrar a la edificación dónde realizarían el primer trabajo.  Los cuatro se habían encontrado por primera vez a pesar de que todos venían de Estocolmo.  Sin embargo Samuel era el único sueco.  Eran las doce y treinta y dos de la madrugada, el tiempo calculado con los horarios de los trenes y buses para que el plan resultara perfecto.  Samuel sólo tuvo tiempo de verificar la descripción de sus tres socios y esperar el movimiento de los dedos con el que su jefe indicaría el inicio de las aciones.  Empuño el arma y entró por la puerta forzada la frcción de segundo anterior.  En los entrenamientos había repetido los pasos hasta que se le hicieron mecanicos.  Ya uno de sus compañeros había dado de baja al guardia de la entrada y Samuel siguió a la habitación de la derecha donde encontraría a dos hombres armados que debían estar descansando antes de que el ruido del par de disparos los alertara.  Suena una corta rafaga a sus espaldas pero no tiene tiempo de preocuparse, patea la puerta habriendola y logra colocar una bala en la cabeza del primero de los hombres.  El segundo alcanza a apretar el gatillo de su subametralladora pero no logra la puntería antes de que el tiro descargado por Samuel le oscurezca la mirada para siempre.  Un tercer hombre que no esperaba lo apunta con un arma mientras Samuel se agachaba para evitar la ráfaga que aún salía del arma del nuevo muerto pero logra disparar antes.  Fue facil.  No se salió del plan y sólo se utilizaron tres balas.  Se calculaban sólo dos porque un tercer hombre no estaba previsto pero se ahorraron los otros diecisiete cartuchos del primer proveedor.  No es que faltara dinero para comprar municiones pero el trabajo debería tener un aspecto profecional.  Descarga el contenido del maletín en el piso y con el pié esparce la resma de papel impreso por toda la habitación y sale a la calle con el arma todavía lista a disparar.  Sin esperar a sus compañeros, guarda el arma y se dirige al paradero de bus más cercano coincidiendo con el último bus de la noche.


Que este abogado no sabe nada, es algo de lo que se puede estar seguro.  Es extraño que no hubiera un mejor abogado bajo la programación pero no hay que perder las esperanzas todavía.  Al menos el arma ha podido ser descartada como prueba y con eso quedan en blanco los cargos de homicidio.  Pero el abogado este más que romper los nexos con los svartis parece estarlos provando.  Se tendrá que hablar con él.  No es posible que se haga ésto.


Una chica de unos diecisiete años se sienta al lado de Samuel quien se encontraba alimentando palomas esa soleada tarde de