Los Mobis

Los mobis habían llegado por la noche, a eso de las once o doce. Extraños en apariencia pensaron los que a esa hora los vieron al entrar al campamento, con sus largos trajes negros, enormes mochilas y gafas oscuras, de esas para protegerse de la nieve. Las enormes mochilas mostraron al momento para que servían cuando cada uno de ellos empezó a sacar una pequeña carpa que armaron a la orilla de la plazoleta. Vrender se acercó a los recién llegados para darles la bienvenida, pero ni en dansiano ni en dobulés parecían entender, fue cuando los presentes comprendieron que se trataba de los mobis.

Poco a poco la noticia se regó en todo el campamento... aquellos que despertados por el ruido trataban de hacerse a la idea de lo que sucedía hasta que un compañero murmurando les advertía, y en cada tienda poco a poco la incertidumbre y el temor se iba apoderando de los moradores.

Las noticias habían llegado desde hacía algunos meses. Tipos extraños que invadían los campamentos y terminaban acabando con ellos; los mobis los llamaban por la palabra dobulesa 'mobe' que significa misterio. Nadie los había logrado ver, o nadie que quisiera después contar, salvo aquellos que los vieron a la distancia y no se quedaron a contemplarlos.

A las dos de la mañana los trineos empezaron a abandonar el campamento y nadie hablaba, hasta los perros parecían entender que el silencio y la discreción eran la mejor garantía de seguridad. A las seis de la madrugada los trineos estaban de vuelta y hombres, mujeres y niños en sus tiendas simulando que nada había pasado, dispuestos a comenzar el día con los problemas cotidianos de la extracción del fresto y dispuestos a tomar a los hombres de negro acampados en una orilla de la plazoleta central como transeúntes o huéspedes que buscaban un lugar habitado para pasar la noche en compañía.

El motor de la planta eléctrica empezó a funcionar para iluminar el campamento simulando un día que en la realidad no comenzaría sino hasta las diez horas... si es que el cielo no estaba nublado.

Vrender y Damalen fueron de los primeros en estar afuera organizando las tareas básicas de la administración del campamento, como todos los días. Poco a poco hombres y mujeres salían a trabajar abrigados a enfrentar los veinticinco grados bajo cero que hacía en un día cálido como el presente. Los niños salían abrigados de las tiendas de sus padres a la tienda de la maestra, para recibir la lección del día. Los tipos de negro salían de sus pequeñas carpas y de sus enormes maletines, dejados durante la noche a la intemperie junto con los esquíes y los aditamentos de viaje, empezaban a sacar varillas y tubos con lo que parecía irían a armar una tienda más grande.

La plazoleta y la vía de entrada empezó a desocuparse cuando la gente había partido a la mina y los que quedaban en el campamento se refugiaban en sus carpas a realizar labores que nada tuvieran que ver con estar afuera. Damalen se acerco a los mobis, les repitió la bienvenida en dansiano, que se consideraba el idioma más neutral en estas tierras. Sus palabras podían sonar falsas, cortadas por el nerviosismo si es que el fuerte acento dobulés no fuera capaz de ocultarle el temor. Pero los tipos de negro no parecían escucharla; uno, el más cercano a ella, la miró a la cara... si es que la pudo mirar a través de los lentes que le ocultaban los ojos, dejó notar un gesto de desconcierto entre la barba y volvió a su labor.